Bosques viejos: la importancia de la ancestralidad ecológica

Un bosque viejo es un tesoro biológico que se ha formado a lo largo de una sucesión ecológica milenaria.

September 19, 2020

FFungi Staff

FFungi Volunteer

Gabriel Orrego

Ecologist for Fungi Foundation

Un bosque viejo, o también llamado primario, es un tesoro biológico que se ha formado a lo largo de una sucesión ecológica milenaria. Un estado nunca estático, sino que en una constante y caótica homeostasis, con una biodiversidad, heterogeneidad y estructura alineadas hacia la resiliencia. Además, un suelo vivo interconectado donde prevalecen las conexiones micorrícicas y es un reservorio de carbono de la biosfera. Un bosque viejo es un ecosistema en donde cada rincón frondoso es el nicho de un hábitat específico para cientos de organismos.

Para evaluar y manejar a los bosques se recurre a definiciones legales como la de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), o CONAF en Chile. En general estas definiciones se basan en el nivel de cobertura de las copas dentro de un área determinada.

En Chile, por 15 años se tramitó en el Congreso la Ley Sobre Recuperación del Bosque Nativo y Fomento Forestal, Ley N° 20.283, que finalmente fue promulgada el 2008. Sin duda, un gran salto que se sintió como una victoria, pero rápidamente, la ley queda limitada y desactualizada ante la urgencia actual. No se menciona el término bosque primario. No se hace distinción entre un bosque ancestral de miles de años y renovales recién brotados. Nuestra ley es ecológicamente desactualizada, no representa al ecosistema de los bosques, menos al bosque antiguo y su complejidad interconectada.

Parque Katatalixar, Gabriel Orrego ©
Parque Katatalixar, Gabriel Orrego ©

Los árboles madres son nodos interconectores del suelo que pueden traspasar nutrientes e información a otros árboles más jóvenes, a través del micelio de hongos micorrícicos, una unión simbiótica entre los hongos y las raíces de las plantas. La red de micorrizas es ubicua en el bosque, y conecta a todas las plantas entre sí (Beiler, 2010) .

A través del micelio, los árboles maduros que emergen sobre el follaje, transfieren un tipo de superávit de fotosintatos (carbohidratos) hacia la regeneración y al sotobosque de los estratos sombríos, con menos posibilidades de luz (Orrego et al., 2018). De esta manera, una plántula tiene 3 veces mayor sobrevivencia y crecimiento al recibir nutrientes al estar conectada a la red de micorrizas del bosque (teste et al, 2009).

Nuestros bosques fríos y lluviosos sostienen una condición en la que se fija más carbono del que se libera, acumulando materia orgánica en el suelo (Lehmann & Kleber, 2015). Los bosques de Nothofagus, son particularmente grandes sumideros de carbono, gracias a que forman extensas redes de ectomicorrizas. Hongos como los del género Cortinarius, exploran largas distancias de suelo en búsqueda de nitrógeno y fósforo para sus hospederos a cambio de inmensos volúmenes de fotosintatos. Este carbono orgánico, es almacenado en tejidos subterráneos distintivos, más duraderos, que suman significativamente a los reservorios de carbono estabilizado.

Los bosques viejos son un buffer de protección en contra de los eventos climáticos extremos, puesto que previenen desastres naturales como inundaciones y aluviones. La pérdida de este patrimonio puede conllevar serios efectos negativos locales y regionales, como, por ejemplo: un déficit hídrico. Un bosque primario sostiene los ciclos hidrológicos, acumulando más agua y regulando los flujos de los caudales (Watson et al., 2018).

Los ecosistemas primarios son patrimonio de la biosfera y el futuro. Son relictos ancestrales, que no pueden ser restaurables a nuestra escala de tiempo, su cuidado es de relevancia local, regional y global. Conservar nuestros bosques viejos es de prioridad y seguridad mundial. ¡El bosque viejo no es un bosque demasiado maduro! Es el retrato de armonía y complejidad en un ecosistema. Son los últimos que quedan, cuidémoslos.